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noticia

25 años de Ramón y Cajal en la UCA, un pasaporte para la estabilidad y la excelencia 31 octubre 2025

25 años de Ramón y Cajal en la UCA, un pasaporte para la estabilidad y la excelencia

Los investigadores de la UCA Carmen Castro, Alfredo Izquierdo, Fernando Ojeda y Susana Trasobares analizan lo que supuso en sus carreras participar en el programa Ramón y Cajal

Un cuarto de siglo da para mucho. En 25 años España ha cambiado tres veces de presidente del Gobierno y la Iglesia, tres de papa. En este tiempo, la Universidad de Cádiz ha tenido cinco rectores y por sus aulas, despachos y laboratorios han pasado 47 investigadores e investigadoras acogidos al programa Ramón y Cajal, una iniciativa estatal que, desde su creación en el año 2000, ha impulsado el retorno y la consolidación del talento científico en el sistema universitario español.

El programa no sólo ha supuesto una oportunidad de estabilización para los siempre inciertos inicios de las carreras investigadoras sino que ha contribuido al fortalecimiento de líneas punteras en investigación básica y aplicada en la propia Universidad. Entre los primeros beneficiarios del programa en la Universidad de Cádiz, allá por 2001, figuran Alfredo Izquierdo González (Departamento de Física Aplicada) y Fernando Ojeda Copete (Departamento de Biología), pioneros en abrir el camino a los llamados “Ramones y Cajales” en la institución gaditana. En 2003 llegaban las primeras investigadoras, Susana Trasobares (Departamento de Ciencias de los Materiales e Ingeniería Metalúrgica y Química Inorgánica) y Carmen Castro (Departamento de Biomedicina, Biotecnología y Salud Pública).

En esta entrevista a cuatro voces, los investigadores analizan qué supuso en sus careras el programa Ramón y Cajal y analizan las dificultades con las que se encontraba, antes y ahora, el investigador novel.

 ¿Qué representó en su carrera la obtención del contrato Ramón y Cajal?

Carmen castro, en 2004

Carmen Castro, en 2004.

Carmen Castro (C. C.): Representó un punto de inflexión en mi carrera científica. Me brindó la oportunidad de regresar a España y consolidar mi trayectoria con la creación de un grupo de investigación independiente en la Universidad de Cádiz. Este contrato me permitió transformar la experiencia acumulada durante mi etapa posdoctoral en una línea propia de investigación, con objetivos definidos y proyección internacional. Personalmente, me permitió crecer y madurar tanto en la investigación como en la docencia, y me brindó la libertad para desarrollar proyectos innovadores que han consolidado mi grupo y generado impacto científico. Pude solicitar financiación competitiva, atraer jóvenes investigadores y establecer colaboraciones nacionales e internacionales que han fortalecido la visibilidad y el impacto de nuestro trabajo. Además, supuso mi incorporación plena a la vida universitaria, combinando la docencia en los Grados de Medicina y Fisioterapia con la investigación. Desde entonces, he vivido con entusiasmo la posibilidad de contribuir al crecimiento científico y formativo de la Universidad, participando en la generación de conocimiento, que creo que es lo que verdaderamente hace que una Universidad sea excelente y en la formación de futuras generaciones de médicos, fisioterapeutas e investigadores.

Alfredo Izquierdo (A.I.): En mi caso, supuso el primer contrato estable (por cinco años) y a tiempo completo que conseguí en el ámbito académico-científico. No puedo decir que haya sido la razón fundamental para que continuara mi carrera científica, pero sí que lo fue para que, 25 años después, yo siga vinculado a la Universidad de Cádiz. Retrospectivamente carece de sentido juzgar si fue la mejor de las opciones posibles. Yo, personalmente, me siento moderadamente satisfecho con la labor docente e investigadora que he desarrollado estos años. Con mi incorporación al Grupo de Oceanografía Física: Dinámica (REN-205) se iniciaron las líneas de Modelización Numérica del Océano y de Oceanografía Operacional, en el seno de las cuales se han realizado numerosos proyectos de investigación y tesis de máster y doctorado.

Fernando Ojeda (F.O.): Lo primero que representó fue una sensación de serenidad. Yo hice la tesis doctoral sin beca en la Universidad de Sevilla. Incluso llegué a rechazar una beca por no querer cambiar el tema de mi tesis. Después realicé dos años de postdoctorado en Sudáfrica y me reincorporé a la Universidad de Sevilla con contratos postdoctorales análogos a los Juan de la Cierva. Tuve dos contratos de dos años y uno adicional de diez meses, todos ellos asociados a proyectos liderados por otros investigadores. La concesión del contrato Ramón y Cajal supuso tranquilidad: eran cinco años por delante con proyecto propio. También fue una gran alegría y, sobre todo, un impulso de entusiasmo. Me incorporaba a la Universidad de Cádiz. A Cádiz, donde había realizado parte de mi trayectoria, ya que mi tesis la hice sobre biodiversidad de los brezales  del estrecho de Gibraltar.

Susana Trasobares (S. T.): Yo tenía un perfil un poco distinto al de muchos investigadores. Ya estaba trabajando en el extranjero, incluso la titulación de Doctor era por la Université Paris-Saclay y obtener el contrato Ramón y Cajal me permitió poder desarrollar mi carrera investigadora en España. Llevaba cinco años fuera cuando surgió la primera convocatoria, pero en aquel momento pedían la homologación del título de Doctor y tuve que esperar dos años más para poder optar al contrato. La siguiente vez ya pude presentarme. Mientras se solucionaba la homologación del título seguí formándome en Estados Unidos. Allí, ante la posibilidad de volver, mi director de Tesis me recomendó contactar con José Juan Calvino, como experto de microscopia electrónica en España y el particular en la Universidad de Cádiz (con la que yo no tenía relación previamente). Y desde entonces, he podido seguir trabajando en España.

¿Suponen un estímulo válido para quedarse en España?

C. C..: El contrato Ramón y Cajal constituye, sin duda, un estímulo muy importante no sólo para regresar a España, sino también para consolidar una carrera científica independiente. Es una convocatoria altamente competitiva y prestigiosa, que ofrece la posibilidad de iniciar una línea de investigación propia con cierta estabilidad y recursos iniciales. En mi caso, representó una oportunidad real para desarrollar un proyecto ambicioso y contribuir al fortalecimiento de la investigación biomédica en nuestra Universidad. Por supuesto, el impacto de esta experiencia depende en gran medida del entorno en el que te integres. Cuando se logra una buena sintonía con el Departamento y la institución de acogida, el contrato puede convertirse en un verdadero motor de crecimiento personal y profesional. En ese sentido, creo que programas como el Ramón y Cajal son esenciales para atraer y retener talento científico en España, y deberían seguir reforzándose para facilitar la incorporación plena y estable de los investigadores a largo plazo.

A.I.: Indudablemente, suponen un estímulo adecuado para quedarse o para venir (o regresar) a España. Sin embargo, entiendo que la mayor incertidumbre es la que tiene que ver con una trayectoria investigadora de largo recorrido. ¿Qué posibilidades de continuación de carrera de investigación en España tiene un Ramón y Cajal a la extinción de su contrato en el momento presente?  Esta era una medida enfocada a la transición hacia una economía del conocimiento. Sin embargo, mi impresión, 25 años después, es que dicha transición ha sido marginal y se ha centrado en aspectos eminentemente mercantilistas, con poco impacto en la estructura del sistema de educación y ciencia nacional.

F.O.: Ésa era, y sigue siendo, la idea: no solo que el talento se quede en España, sino también que regrese o venga de fuera. Para muchas personas extranjeras ha resultado muy atractivo venir a trabajar a España gracias a estos contratos. No entraré en cuestiones de política universitaria, pero lo cierto es que la universidad española ha tenido durante mucho tiempo un cierto punto de falta de renovación. En los departamentos, aunque no de forma homogénea, existía una endogamia bastante acusada, y se incorporaba personal que no siempre era el más meritorio. Los contratos Juan de la Cierva y Ramón y Cajal han contribuido a incorporar perfiles altamente cualificados. En la actualidad, los beneficiarios de estas convocatorias son si cabe aún más brillantes que los de las primeras promociones. La universidad se nutre de estas personas, aunque también sigue conviviendo con otras dinámicas. A ello se suman programas como los contratos Marie Curie o los contratos Emergia, que garantizan una formación científica potente. Poco a poco, la Universidad española empieza a recurrir más a esos caladeros de excelencia y deja atrás modelos menos exigentes. Y es que creo que el talento puede ser contagioso. Pero también lo contrario: si se cohabita con perfiles mediocres, se corre el riesgo de estancarse. Quienes llegan con un Ramón y Cajal suelen traer inquietud, motivación y capacidad de liderazgo. Son personas que piden proyectos, que atraen estudiantes de doctorado y postdocs, y que dinamizan la actividad investigadora. Eso lo he podido ver en la Universidad de Cádiz. He sido testigo de cómo esa idea —y ese perfil— ha ido transformando nuestra institución y contribuyendo a su crecimiento.

Susana trasobares, en 2004

Susana Trasobares, en 2004

S. T.: Más que un estímulo para quedarse, en mi caso fue lo que me permitió volver a España. Muchos investigadores, a lo largo de los años, han tenido que marcharse fuera, y muchos de ellos siguen allí porque no tienen posibilidades de seguir desarrollando sus trabajos en España. Contratos como el Ramón y Cajal son cruciales, sobre todo cuando ya no eres un investigador recién doctorado y necesitas estabilidad tanto desde el punto de vista vital como académico. Te dan la oportunidad de crear tu propia línea de trabajo y consolidarte en esa investigación. En mi caso, la ayuda se concedió en el año 2003 y me incorporé en 2004, después de resolver los trámites de convalidación, a la Universidad de Cádiz.

 

Usted fue de las primeras personas dentro de la comunidad de la Universidad de Cádiz en obtener este tipo de contrato, ¿cómo ha cambiado la situación del personal investigador novel desde entonces?
C. C.:
Creo que para el personal investigador novel la situación ha mejorado en algunos aspectos, con más visibilidad y apoyo institucional, aunque la competitividad ha aumentado mucho y actualmente el nivel de exigencia para obtener este tipo de contratos es muy elevado. Además, la estabilización una vez termina el contrato no es la misma para todos los beneficiarios del contrato. Depende mucho de la institución en la que te integres.

A.I.: Parte de la respuesta a esta pregunta se encuentra en la anterior. España es un país atractivo para vivir, de nuestro sistema de educación y ciencia salen jóvenes preparados y científicos con potencia (como yo digo, a veces salen a pesar del sistema…). Existen oportunidades dentro de centros de investigación autonómicos y nacionales y a través de programas competitivos (Juan de la Cierva, por ejemplo), pero su número es muy reducido para garantizar la tan cacareada transición a la economía del conocimiento. La inversión de España en I+D+i sigue estando muy por debajo de las medias de la UE y la OCDE 25 años después, y no tiene visos de mejorar. Y el papel de las universidades a este respecto está completamente supeditado a lo que dictan los gobiernos central y autonómicos: carecen de independencia.

F.O.: La precariedad en el mundo de la investigación existe, y sigue siendo una realidad. La investigación es una profesión vocacional, con una gran carga de creatividad. Quien decide iniciar esta carrera lo hace porque tiene inquietud; no se trata simplemente de publicar por publicar, sino de querer contar una historia, de hacerse preguntas y querer responderlas. Para eso es fundamental tener motivación. Si no la tienes, no compensa. Una vez terminada la tesis, lo ideal es que las personas investigadoras salgan fuera, que vayan a otros centros, que aprendan y traigan nuevas ideas. Pero esa precariedad, esa falta de seguridad, ha sido -y en muchos casos sigue siendo- inherente a la carrera investigadora.

Fernando ojeda, en 2000.

Fernando Ojeda, en 2000.

S. T.: Yo fui de las primeras promociones en acogerme a este programa y la diferencia con respecto a ahora es enorme. En aquel momento, el contrato incluía el salario y unos 6.000 euros para los cinco años, apenas lo justo para instalarte y empezar a trabajar. Ahora las condiciones son mucho mejores: desde el Ministerio se conceden 50.000 euros para gastos de investigación más 50000 euros si está el complemento de atracción al Talento, y además el plan propio de la universidad financia un contrato predoctoral, así como tiene ayudas para la instalación y apoyo al departamento que acoge al investigador. Tanto a nivel de la UCA como del Ministerio, se ha avanzado bastante. Los primeros años fueron complicados porque había que poner todo el sistema en marcha, pero hoy los beneficiarios que entran tienen ya un pie dentro de la universidad, con un recorrido más claro hacia la estabilización.

¿Habría alguna medida que implementaría para consolidar la carrera investigadora de los jóvenes doctorados?

C. C.: Una de las primeras medidas que implementaría sería fomentar la movilidad obligatoria fuera de la universidad de origen durante unos años antes de reincorporarse. Esto permite a los recién doctorados conocer distintos enfoques de investigación, metodologías diferentes y entornos de trabajo variados, además de facilitar la creación de contactos internacionales y colaboraciones de alto nivel. Además propondría incrementar el acceso a contratos postdoctorales competitivos. Esto ayudaría a que los jóvenes investigadores puedan consolidar sus carreras investigadoras con productividad científica, facilitando su transición hacia posiciones más estables y de liderazgo. Pienso que podría ser muy beneficioso, igual que existe en otros países, que existiesen programas de mentoría y acompañamiento personalizado para los investigadores en las etapas iniciales de su carrera como investigador o investigadora independiente. De esta manera podrían tener orientación sobre la planificación de carrera en cada entorno concreto, captación de financiación y liderazgo de proyectos.

Alfredo izquierdo, en la actualidad.

Alfredo Izquierdo, en la actualidad.

A.I.: A mi entender, no se trata de medidas, sino de una estrategia. Medidas calificadas como innovadoras se toman muchas y en variados ámbitos, para que se siga cumpliendo la máxima del gatopardismo. No veo voluntad política y, de hecho, en la coyuntura actual, no veo ni siquiera capacidad soberana de emprender nuevas estrategias. Los aumentos en partidas presupuestarias vienen dictados desde el exterior.

F.O.: La principal medida sería aumentar la financiación. El verdadero problema es el cuello de botella que existe al terminar el doctorado. Hay muchos estudiantes que finalizan su tesis y no encuentran una vía clara de continuidad. Yo, por ejemplo, pude disfrutar de un programa de becas en el extranjero y estuve en Ciudad del Cabo con una ayuda del Gobierno español. No es que se aprenda más fuera que en España, pero cuando estás en un entorno distinto, con estímulos nuevos, el cerebro se mantiene más activo, en alerta, y se aprende mucho. Todo, una vez más, es competitivo. Y esa competencia será más productiva y sana cuanto mayor sea la inversión pública en investigación. Si se hacen bien las cosas, siempre hay un lugar para seguir trabajando, ya sea en universidades o en organismos públicos de investigación. Yo sí apelaría a una mayor apuesta institucional por la investigación. Es, sin duda, uno de los recursos más valiosos que puede tener un país.

S. T.: Creo que el gran problema está en el tramo intermedio, entre la tesis doctoral y el contrato Ramón y Cajal. Hemos perdido ese espacio de transición entre un momento y el otro. Antes existían ayudas postdoctorales que permitían continuar la investigación y ganar experiencia, pero muchas han desaparecido. El Ramón y Cajal es un programa muy competitivo, pensado para investigadores ya consolidados, no para quienes acaban de doctorarse. Falta ese apoyo de base, una etapa puente que antes cubrían convocatorias postdoctorales o programas como el Juan de la Cierva Formación/Incorporación. Sin ese paso, muchos jóvenes doctores se ven obligados a salir al extranjero o abandonar la carrera científica. Así que, respondiendo a tu pregunta, yo fortalecería, con ayudas, esa etapa.

La investigación, a principios de siglo, seguía siendo prestigiosa socialmente pese a no ser lucrativa. ¿Es peligroso que ahora, al eterno problema económico, se una el nuevo ataque social a la ciencia, en especial desde las redes sociales?

C. C.: Si bien es cierto que a principios de siglo la investigación gozaba de un gran prestigio social, aunque no fuera económicamente lucrativa, la situación actual es algo diferente y quizás algo más preocupante. Nos enfrentamos a un contexto en el que la percepción de la ciencia, a veces se ve cuestionada en redes sociales. Además, la presión económica afecta de forma especial a la población más joven con la dificultad para acceder a contratos estables, la dependencia de proyectos temporales y la competencia por obtener financiación. Esto obliga a que muchos talentos puedan verse obligados a abandonar la ciencia. Sin embargo, más que un peligro, lo veo como un llamado a la acción. Los investigadores tenemos la responsabilidad de comunicar el valor real de nuestro trabajo, de acercar la ciencia a la sociedad y de mostrar cómo la ciencia es el motor del progreso y el bienestar. Creo firmemente que la transparencia, la divulgación activa y la participación en educación científica son herramientas poderosas para mejorar la confianza y el respeto social hacia la investigación. Si logramos conectar nuestro trabajo con las necesidades y aspiraciones de la sociedad, podemos transformar estos retos en una oportunidad para reforzar el prestigio y la relevancia de la ciencia.

A.I.: En primer lugar, creo que ese prestigio social del que usted habla deriva de una sociedad burguesa y clasista. Yo entiendo que mi trabajo es socialmente necesario, como el del personal de la limpieza o de administración. Pero situándonos en el tema de la ciencia y las redes, este es un tema complejo. El activo más importante en la ciencia son los propios científicos. Pero también son su mayor amenaza. Somos un colectivo minado por los egos, las ambiciones y la falta de compañerismo y solidaridad, y eso genera un sustrato importante de argumentos que pueden ser utilizados para minar la confianza en el científico cuando así le convenga a algunos. Indudablemente las redes (y aquí incluyo a los medios de comunicación estándares, como redes primigenias) se han convertido en un instrumento de influencia muy poderoso, sobre todo debido a la cada vez mayor ausencia de espíritu crítico en la población. Y eso es responsabilidad del sistema educativo. También puedo añadir que parte de mi actividad científica se desarrolla en el ámbito del Clima y el Cambio Climático, tema que es usado como arma política en las redes y fuera de ellas. Y, a mi entender, las políticas incoherentes y a veces hasta contradictorias de gobiernos supuestamente comprometidos en la lucha contra el cambio climático suministran un arsenal de argumentos a los sectores negacionistas.

Fernando ojeda, en la actualidad.

Fernando Ojeda, en la actualidad.

F.O.: No sé si hay una percepción real generalizada, pero sí detecto cierto orgullo de la ignorancia. Antes, una persona analfabeta sentía un poco de pudor e intentaba corregirlo o, al menos, disimularlo. Ahora parece haberse instalado una especie de movimiento del “soy analfabeto, ¿y qué?” Hasta hace unos años, el respeto por los intelectuales o los científicos existía, aunque también es cierto que muchas veces se les miraba de reojo. Lo que sí está claro, y los gobiernos lo saben, es que los científicos seguimos siendo funcionarios públicos. Por eso es importante que se nos vea como personas capaces de contar historias que interesan a la sociedad. Porque, en realidad, la sociedad es nuestro mecenas: nuestro trabajo se financia con fondos públicos y tenemos que rendir cuentas a la ciudadanía sobre lo que hacemos y por qué es relevante. Debemos conseguir que la sociedad deje de ver al investigador como un alquimista lejano que quiere convertir el plomo en oro y empiece a ver a alguien implicado con su entorno. Eso da entidad y valor social a nuestro trabajo. Actividades como La Noche Europea de l@s Investigador@s o Café conCiencia son un buen ejemplo de esa mayor demanda de implicación y permite que la gente nos vea, que se identifique con nosotros, que entienda que lo que hacemos importa. Esas actividades también han servido para visibilizar la importancia de la mujer en la investigación, otra de las asignaturas pendientes.

Susana trasobares, en la actualidad.

Susana Trasobares, en la actualidad.

S. T.: El problema es que la investigación sigue siendo un ámbito muy desconocido. Muchas veces se asocia únicamente a la ciencia en su sentido tradicional, como la medicina o la química, cuando en realidad hay investigación en todas las áreas del conocimiento. Incluso dentro de la propia universidad, a veces no sabemos qué está investigando el compañero del despacho de al lado. Es un problema complejo, porque además de la falta de visibilidad, está la dificultad para conseguir financiación: los recursos que se destinan a la investigación son escasos y eso se nota. Si queremos mantener un nivel puntero, hace falta una inversión sostenida y tiempo; los resultados no se obtienen de un día para otro. ¿Por qué te cuento todo esto? Porque cuando se interrumpe una línea de financiación, como estamos viendo ahora con determinadas políticas que no le dan a la ciencia su importancia, todo el trabajo se resiente, y pueden pasar años hasta que se logra recuperar el ritmo. Ese es el gran riesgo que afrontamos.

 

Adicionalmente, les preguntamos a las dos investigadoras, Carmen Castro y Susana Trasobares, si han encontrado dificultades añadidas en su carrera por el hecho de ser mujeres.

¿Sigue siendo más difícil para la mujer consolidar su carrera investigadora?

Carmen castro, en la actualidad.

Carmen Castro, en la actualidad.

C. C.: Es innegable que existen datos que indican la existencia de barreras específicas para que las mujeres consoliden su carrera investigadora, como los sesgos implícitos en evaluaciones (unconcious bias), por ejemplo o la menor participación de la mujer en posiciones de liderazgo y en puestos de visibilidad. La percepción de las capacidades de las mujeres es diferente a la de los hombres. La primera está condicionada por una educación quizás algo anticuada y, sobre todo por la falta de referentes. Los modelos femeninos de liderazgo científico siguen siendo menos visibles en medios, libros de texto y espacios públicos. A este respecto, el informe She Figures (2024) de la Comisión Europea se pone de manifiesto cómo las mujeres están infrarrepresentadas en algunas actividades científicas o en los puestos más altos de sus carreras. Sin embargo, otra cosa que también se observa en este informe es que la situación está mejorando. En mi experiencia, superar estos desafíos requiere tanto resiliencia personal como un entorno de apoyo que fomente la igualdad de oportunidades. Personalmente, me esfuerzo por ser mentora de jóvenes investigadoras y promover la diversidad en mi grupo de investigación, porque estoy convencida de que la ciencia debe ser inclusiva.

S. T.: Es una cuestión a la que siempre nos enfrentamos desde la universidad y te debo reconocer que, en mi experiencia, no he visto muchas diferencias entre hombres y mujeres para consolidar la carrera investigadora. Es cierto, cuando nos vamos a las estadísticas, que hace unos años había menos mujeres catedráticas, pero es cierto que la proporción de investigadoras, en general, también era más reducida. Donde sí he notado más esa diferencia entre hombres y mujeres es a la hora de determinar los cargos de representación, aunque esa situación responde muchas veces a la misma inercia y es algo que se está corrigiendo. En el caso de las investigadoras que deciden ser madres, han podido encontrar una dificultad extra en el parón al que obliga la maternidad, pero cada vez más contratos y convocatorias contemplan esa pausa.